raysand. Please explore my love's endurance and stay, stay...

Dorong Langberg "lovers" (2019) oleo sobre lino

  ¿Estás despierto?


Ray gira su cuerpo completamente después de preguntar, todavía se siente pegajoso; una mezcla de sudor y fluidos en su cuerpo, especialmente en sus piernas y su abdomen. La luz de la habitación es tenue, no serán más de las 6 de la mañana.


Cuando se recarga en su brazo, siente la pesadez de su cuerpo y el rumor de un lejano dolor que lo persigue desde la semana pasada, cuando él y San pasaron todo el día en su departamento.
San es un músico algo retraído y distante, con ojos enormes y piernas largas; escuálido vaya y cuando caminaba, parecía que le seguía una estela misteriosa, algo así como un gloomy glow.
Pero Ray conoce este otro lado, un poco menos místico, un poco más humano.
Lo que se escondía detrás de esos ojos grises y guitarras. 


“Es post punk revival” le dice San, algo cansado de explicar y alegar que lo que su banda toca no es rock o indie, aunque sí lo es, de alguna forma, pero no dejaría que Ray ganara, no en esto, y no una vez más.
Ray escucha pero los términos le dan igual, para él es lo mismo. Es una guitarra y un bajo y una batería y un sintetizador a veces, y todo esto junto con delay, y voces que no cantan pero parecen gritar sobre unas guitarras que pelean entre sí.


“Si pones atención, el bajo suena como una segunda batería” le dice San.
San le dice muchas cosas. A Ray le importan otras cosas. Pero le gusta, de vez en cuando, que San le explique, enredados en las cobijas, otra vez pegajosos, como es que antes de escribir la letra de una canción, él tiene que escuchar la melodía y escribir sobre ella, no palabras, pero sílabas juntas que asemejen el sonido, para luego buscar las palabras que encajan. “¿Y si no encuentras la palabra perfecta?” Ray pregunta, acurrucado y un dedo travieso recorre el pecho de San. “Siempre hay una palabra perfecta, es cuestión de buscarla…” 


A San le encantaba hablar después de tener sexo. No antes, no durante; sino después, des inhibido totalmente, y un poquito más cariñoso, a veces acariciaba el rostro de Ray mientras hablaba y hablaba, y Ray solo escuchaba con los ojos cerrados, de alguna forma arrullado por los dedos y la cadencia de la voz de San, ambos extrañamente dulces. 


Era un ritual, casi. Ray lo tenía ya todo memorizado, pero valía la pena, cada vez, valía la pena.
Empezaba todo con un mensaje, con una llamada con una mirada a través del bar donde San trabajaba. Después una interacción cohibida, al menos San que se escondía en su guitarra y parecía desinteresado, cada vez más, inclusive cuando menos de 24 horas antes tenía su mano dentro del pantalón de Ray, en peligrosa maniobra, mientras este conducía hacia el departamento.


Luego ya Ray haría todo el trabajo, hacer como que convencía a San, como si intentara realmente, como si estuviera ganándoselo por primera vez. Le invitaba una bebida y luego dos, y hasta un cigarro. Y entre todo eso, la mirada de San seguía vacía, casi perdida. Pero era todo un acto, porque después de todo aquello, siempre terminaban en el departamento de San, y todo cambiaba, rotundamente diferente.
San abría la puerta y su semblante cambiaba, sus ojos se llenaban de algo que ni siquiera era solo deseo, era algo más parecido a miedo mezclado con añoranza. Tal vez miedo a añorar demasiado. Y ray se volvía incluso dócil ante aquella mirada, como si San le rogara, silenciosamente que no lo dejara caer en ese vicioso ciclo de añorar y amar y luego odiar y volver a añorar. Ray entendía pero al mismo tiempo no. Tampoco entendía como su propio cuerpo se rendía, rápidamente, y en unos instantes, San lo tenía fundido en la cama, con el pantalón abierto y una mano ágil; la mano de un guitarrista, a fin de cuentas, acariciando su pene que estaba vergonzosamente erecto ante el mínimo contacto.


Y como San no hablaba ni antes, ni durante el sexo, sino después, Ray se encargaba de hablar por los dos.


“Te quiero cuando te pones así” dice soltando un falso suspiro, San recostado tras de él, levantando algo bruscamente la pierna de Ray así lo puede penetrar mejor. “Y cuando me agarras así” continúa su monologo y aprovecha para tomar el brazo de San, hacerlo que rodee su cintura, acercándolo más, aunque sea un poquito. Ese día tiene suerte porque San contesta, como rara vez lo hace y le dice, así quedito, atrás de su oído “Y qué más te gusta, eh?”, eso era suficiente para que se le erizara la piel, una reacción Pavloviana, tan condicionado a la voz de San en su oído “Que me aprietes fuerte. Que no me sueltes” no era lo suficientemente sucio, era incluso romántico, pero él sabía que a San le gustaba, y así continuaba, mientras San se acomodaba dentro de él y se movía lento, en un vaivén tentativo. “¿Así?” La voz de San reverberaba y apretaba más su cuerpo contra Ray, casi cubriéndolo por completo. “Sí así. Sabes que sí” 


Luego había silencio porque Ray se perdía en aquel vaivén y el calor del cuerpo de San lo envolvía…era difícil seguir hablando cuando solo le salían suspiros y gemidos bajitos, acompañados por los gemidos de San, detrás de él, como un eco ceremonioso; el agarre algo más flojo y los movimientos erráticos.


“No me sueltes” alcanza a decir, y San no lo suelta, termina dentro de él, sin ninguna pena o vergüenza, y se queda en silencio, después del shock, adentro de Ray, todo está húmedo y caliente, como el verano.
Entonces viene el cambio, una vez más, es parte de la rutina, es parte de su ritual, de lo que sea que tienen los dos. Ray se mueve lentamente, San lo entiende mejor que con palabras, él se mueve también y sale de su cuerpo, dándole algo de espacio, pero sólo es un instante, infinitesimal, en el que Ray se voltea y mira de frente a San, sus ojos algo cansados, como inundados de sueño pero también brillantes y contentos, y eso es todo lo que importa. 


“Dame un beso” dice Ray levantando sus labios exageradamente, San se rie bajito pero obedece, como siempre lo hace después del sexo, y le da un beso corto a los labios de Ray,  luego uno más a su cuello y su nariz, su mejilla, y uno más en sus labios.


“Tú dame un beso” dice San, le regresa la voz por fin, luego de tanto jadeo y monosílabas.
Ray no tarda en echársele encima, y besarle toda la cara, queda casi prendido al labio superior, San no se queja, ninguno se inmuta, es más que natural, es más intimo que el sexo incluso.
Ray lo prueba una vez más, con más fuerza, porque sabe que no lo va a besar así otra vez, al menos no en un par de días, no en esta cama, no con sus piernas encima de San, con los dedos de éste acariciando la espalda con una ternura nueva y efímera que parecen solo permitirse en momentos como esos.


Y entonces Ray entiende, de alguna forma, esa pesadez y tristeza en la mirada de San cuando apenas entran a su departamento, antes de que alguno toque al otro siquiera; esa mirada que añora pero no se atreve, que tiene miedo a pedir más.
Ray imagina que sus ojos se ven igual, pero no lo piensa mucho porque la mano de San ya empieza a tocarle los muslos y en cualquier momento termina debajo de él, una vez más.

___ No, pero me acabas de despertar.
La voz de San es suave, incluso en la mañana. Ray espera impaciente. San voltea a verlo y le sonrie. Hay algo en su sonrisa…algo diferente.
___ ¿Qué? , pregunta San, aún sonriendo. Ray lo mira fijamente,  memorizando su rostro como una acción preventiva, quien sabe que pasará mañana.
___ Nada. Estaba pensando en la canción que me enviaste la semana pasada.
Y sólo eso basta para que San se apoye en su brazo izquierdo y mire a Ray y comience a hablar de la canción con tanta fluidez e ímpetu. Ray se acerca un poco más y escucha las palabras pero sólo son sonidos que retumban en las paredes, casi melodías. Y se queda en silencio así, envuelto en las palabras de San, en su voz.
No importa que en unas horas se marche y tengan que volver a fingir que nada de esto pasa, que no hay nada más allá del sexo.
No importa mucho, por ahora la voz de San lo arrulla y nada es mejor que el San que se recuesta en su cama y habla de lo que ama, absolutamente nada.

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